Viernes, 14 de marzo
Diario de actividades
Este último día lo comenzamos a las ocho, media hora antes, y aunque el desayuno lo hicimos a las nueve y media, como todos los días anteriores, hoy había que dejar bien recogidas las habitaciones antes de esa hora. A las de la número tres, sin embargo, les llevó algo más de tiempo: quizás porque se levantaron más tarde, y es que el mucho trasnochar acaba pesando en el cuerpo. Aunque se tengan quince años. En realidad, ¿cuántas veces no me pasó a mí lo mismo en circunstancias similares? No es cuestión de dar detalles, pero mis compañeros y yo, no solo llegamos a levantarnos más tarde de la cuenta, sino que con cierta frecuencia lo hicimos con la cabeza mucho menos despejada...
El conductor del autobús llegó a las diez y cuarto, y tras despedirnos de Raúl, el joven gerente del albergue municipal en el que habíamos pasado los cuatro días anteriores, salimos para las cuevas de Valporquero siguiendo al coche de Luis. Abandonábamos Villamanín y su valle. Y bueno: no estaban mal todas esas estalactitas y estalagmitas, sobre todo contempladas en el escenario de esas "salas kársticas" tan enormes, tan impresionantes si pensamos que todo aquello es fruto del trabajo del agua, disolviendo y reaccionando con los carbonatos de aquellas calizas a lo largo de miles y miles de años. Y es que eso es la Geología: construcción, deconstrucción y reconstrucción, de forma lenta, trabajosa y continua, desde aquel lejano año de 4.559.000.000 a.C.
Tras un breve trayecto en autobús, más Geología. Esta vez se trataba de una enorme cavidad longitudinal excavada en las rocas calizas por las aguas del río Torío: las Hoces de Vegacervera, con sus marmitas de los gigantes y con nuevos complejos kársticos, esta vez solo aptos para los espeleosubmarinistas más arrojados. Y con un paseo de un kilómetro a la orilla del Torío concluimos las actividades de nuestra estancia en el Aula Activa.
Solo quedaba comer en Vegacervera: en la tele Homer Simpson se empecinaba en escapar de Nueva York con una rueda del coche atrapada por un cepo, y nosotros nos despedímos de Luis, el geólogo, que volvía para Ponferrada. Y en León dijimos adiós a Carmen, la bióloga. Creo que al final fueron casi todos a echarle un vistazo a la hermosa catedral gótica, y yo me imaginé aquel pórtico, ahora vacío, lleno de mochilas y de bastones y de amigos peregrinos, tal como había estado la lejana mañana del 18 de agosto de 1994.
Todo se acaba, y esto también. Dos horas justas en León y a las cinco y cuarto vuelta para casa, con el autobús pareciéndose a una pequeña boutique de modas; entramos en Roa a las 20.15, justo cuatro días y medio después de haber salido.
Creo que nunca como ese día me he acordado de lo mucho que hicieron por mí y por nuestra pandilla dos personas a quienes recordaré siempre jóvenes, alegres y llenas de energía. Creo que nunca he sentido tantas ganas de darles las gracias por todas esas convivencias, campamentos y excursiones a Madrid (una y otra vez), Valdejimena, Salamanca, Valladolid, La Virgen del Camino, Baltar, Contrueces, Italia... Creo que es una suerte poder hacer por otros, aunque solo sea, una pequeña fracción de todo lo que Luisja y el P. Sotillo hicieron por mí. Así que a ellos, y a los veinte chavales que me hicieron ayudaron a ser su profesor, está dedicado este sitio.